Por: Adriana Patricia Giraldo Duarte
Bajarse de la bicicleta luego de correr su primera válida le
dejó un dolor tan desesperante, que la deshidratación y el impacto de las
primeras caídas casi la hacen renunciar al sueño de ser la mejor ciclista de
Colombia.
Esa fue la primera vez en la que doña María Esther, su mamá y
ángel guardián, animó a Ana Cristina Sanabria Sánchez a no desfallecer, a
cumplir sus propósitos y a pensar que el éxito podía estar en la siguiente
prueba.
Ya retumbaban dos voces internas. La de la joven promesa que aún no descubría
sus inmensas posibilidades de figuración, y la de la campesina que creía en su
hija porque sabía que muy pronto llegaría a lo más alto del podio.
La segunda oportunidad en la que doña María Esther le habló, fue
para ratificarle que elegir entrenar y montar la cicla en vez de trabajar, le
traería más reconocimiento, si decidía priorizar sus pasiones antes que sus responsabilidades.
Y fue en Zapatoca, Santander, en la intimidad de la familia,
cuando su madre le confesó un gran secreto: el sueño de su vida también era ser
ciclista. Pero eran tiempos en los que
desafiar el orden masculino no iba a traerle los resultados esperados a una
mujer de campo y sin dinero para comprar una bicicleta. Por eso doña María Esther desistió.
Fue la revelación de su mamá y el deseo de cumplirle esas
metas de vida, lo que llevó a Ana Cristina a decidirse por su verdadero
destino: el ciclismo.
De niña, a escondidas de sus padres, esperaba con sonrisa
retadora de las dificultades, el fin de semana en el que su primo Javier
Hernández le prestaba la bicicleta para dejar de caminar por la trocha que la
llevaba a la escuela rural de la vereda Santa Rita.
Era feliz cuando sus padres le doblaban los mandados o
responsabilidades, porque tenía que aumentar el kilometraje de ida y vuelta
entre las razones que llevaba a los vecinos y el tránsito de las bolsas con
mercado que entregaba por encargo.
Se quedaba con ella misma.
Con su esencia de mujer combativa, amable, decidida, soñadora. Estaba en compañía de las bielas y
aprovechaba el único espacio en el que se sentía verdaderamente libre.
Reforzaba en cada pedalazo sus ganas de aventura, proyectaba
sus ideales de viajar y conocer nuevos destinos, y se imaginaba la vida, no
como atleta o como ciclomontañista, sino como la gran corredora de ruta que hoy
hace historia al escribir las páginas del libro del ciclismo en el país, tras convertirse
en la primera vencedora de una Vuelta a Colombia Femenina; tricampeona del Tour
Femenino; top 10 en el Tour de San Luis y la única colombiana en terminar el
trazado de una ruta olímpica en Río 2016.
Su insistencia y terquedad la han llevado lejos desde el día
en el que su tía María Elena, le regaló la primera bicicleta de hierro, pesada
y grande, pero que la hacía sentir imponente y firme para no dar marcha atrás.
Sus pedalazos la han llevado por Costa Rica, El Salvador,
Italia, Estados Unidos, Argentina y Brasil. Desde 2010, la reina de la ruta se
lo ha ganado todo: válidas, etapas en las clásicas, circuitos, ruta de los
juegos nacionales, la crono individual, la carrera de la mujer, y sin duda, su
carácter y su ímpetu la llevarán a cumplir su sueño de correr el Giro de Italia
Femenino.
Fue Reinaldo Cruz, del comité de deportes de su pueblo, quien
la convocó al universo de las pistas y al mundo de las competencias ciclísticas. Dejó de lado sus estudios de Tecnología Deportiva,
para apostar al todo o nada, y ganó.
Afinó su disciplina entrenando 6 horas diarias, pulió su
técnica en equipos de Santander y Boyacá, y hoy, al lado de su entrenador Jorge
Tenjo, como jefe de filas del equipo Bogotá Mejor para Todos, se siente
logrando lo anhelado.
Después de sus notables logros está a la espera de un equipo
internacional que le permita seguir soñando.
Se emociona cada que vuelve al campo y siente el recibimiento de la
gente de Zapatoca y del país; con los mensajes de un grande del ciclismo como
Nairo Quintana, quien la felicita, la anima, le da consejos técnicos y de vida;
y con cada nueva carrera que asume como un gran aprendizaje.
Sabe que vienen grandes cosas para abrir más espacios a las
mujeres del país y para rendir tributo a su padre Orlando y su tío Joselín,
compañeros fieles de esta ruta de logros; a sus hermanas Diana Paola y María
Liseth; a la vecina que le regaló la
camándula con la que se sube sin falta a su bicicleta; pero sobre todo, a doña
María Esther, el ángel guardián que un día le confesó el anhelo de ser ciclista
y sabiamente le dijo: “¡No te rindas. El
éxito puede estar a la vuelta de la esquina!”.